Nuestro restaurante

Siempre veníamos a este restaurante, está cerca de su trabajo y muchas veces quedábamos aquí para comer, hasta que se convirtió en “nuestro sitio”. Sé que hoy lo ha escogido porque queda cerca de su oficina, sin pensar en nada más. Pero a mí me es imposible no pensarlo. No me gusta esperar de pie, así que le espero sentada en una de las mesas, picoteando nerviosamente mi ración de pan. Lo veo entrar. Viene con traje, y sé que es su uniforme de trabajo, pero me duele un poco el corazón al ver lo guapo que está.

  • Perdona por el retraso- Israel se sienta a mi lado, y antes de que ni si quiera mire la carta, saca un sobre con los papeles. Me vuelve a doler el corazón.
  • ¿Es todo?
  • Sí, solo tienes que firmar abajo.
  • Sé que tu nueva novia tiene prisa porque os caséis, pero no creo que tanta como para que tenga que firmar los papeles del divorcio antes de pedir mi comida…
  • Paula…
  • Voy a firmarlos, solo te digo que por lo menos podamos comer y preguntarnos qué tal va todo como personas civilizadas. Nada más. –Bebo un trago de vino para tragar la angustia, pero sé que estoy a punto de llorar. -Si me disculpas voy un momento al lavabo.

Intentado no montar una escena, me meto en el baño para evitar derrumbarme en público, pero para mi desgracia, Israel me sigue, y no se corta en entrar.

  • Paula por favor…
  • ¿Qué vas a pedir?
  • ¿Qué?
  • Sí, que qué plato vas a pedir… – Le digo entre sollozos.
  • Un risotto de setas, pero…
  • Lo sé, siempre pides lo mismo aquí. Te siguen gustando las mismas cosas, menos yo – Sin pensar me lanzo a darle un beso, que para mi sorpresa, me corresponde con mucha más pasión de la esperada. Tanto, que incluso soy consciente de la evidente erección en su entrepierna. – ¿Aún piensas en mí?
  • Joder Paula, claro que sí… No es tan fácil.
  • ¿Piensas en mí… así?
  • ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Si aún me excito pensando en ti? Pues sí…

Y entonces, es Israel el que me empuja contra la puerta de uno de los baños, me besa con ansia, y comienza a deshacerse de mis medias, de la hebilla de su cinturón. Sin dejar de llorar, subo mi pierna a su cintura y dejo que entre en mí, como si en realidad nunca hubiera salido de mi cuerpo. Una vez, otra vez más, hasta que ambos llegamos a un éxtasis que simplemente nos rompe en dos.

Nos miramos casi asustados, intentando buscar respuesta a lo que acaba de ocurrir. Pero hay cosas tan evidentes que no necesitan responderse. Comienzo a recomponerme,  mientras Israel intenta recoger las cosas que se le han caído al suelo. Entre ellas están los papeles del divorcio, que han quedado totalmente empapados. Hoy no podremos firmarlos

 

Este relato fue inicialmente publicado en la Revista Mira de Globus Comunicación

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *