Vas a publicar un libro. Debería ser un momento emocionante, porque al fin y al cabo, ese ha sido tu sueño durante casi toda una vida. Pero extrañamente te ves sumida en preparativos, en nervios, en solucionar problemas, en angustias, en miedos… y no llegas del todo a disfrutar de ese momento, de «tu momento». Hasta que un día el cartero llama a la puerta y te entrega un paquete, y sólo cuando lo abres te das cuenta. Es de verdad. No es un sueño. Coges el libro entre tus manos, lo acaricias, lo observas, y apenas puedes creer que sea cierto. Pone tu nombre, y en su interior están aquellas frases que escribiste una tarde de verano, como otras muchas desde que eras una niña.

Precisamente es en esa niña en quien piensas. En la que vivía sumida en sus historias, la que nunca se separaba del folio blanco y del portaminas, para contar todo  que le costaba decir en alto y que sin embargo fluía solo en el papel. La que escribía en su diario que lo que más quería en el mundo era ser escritora. Es difícil no emocionarse al pensar que esa niña no dejó de luchar nunca, y que a veces, el esfuerzo tiene su recompensa.

Aunque obviamente, no lo hizo sola. Como se suele decir, «si caminas solo irás más rápido, pero si caminas acompañado irás más lejos». Por eso este es también el momento de agradecer. A la gente que me apoyó, que me acompañó, que me animó para que no desistiera, incluso a los que no y me dieron fuerzas para superarme. A las «historias de mi vida» que me permitieron conocer que el sexo puede ser diferente cada vez, al amor que me enseñó que podía ser único, a mis grandes mujeres que con sus confesiones alimentaron mi imaginación. A todos y todas, GRACIAS.